A 65 años del bombardeo a Plaza de Mayo: relato en primera persona de uno de los días más oscuros de nuestra historia

Nos encontramos a mediados de 1955, Juan Domingo Perón está enfrentado a los poderes fácticos de la sociedad argentina, sencillamente por no obedecer a sus lógicas oligarcas. Transita su noveno año en la Casa Rosada y va camino a cumplir una década inédita para la historia argentina. Voto femenino, gratuidad de la enseñanza universitaria, promoción del mercado interno, sindicalización de les trabajadores, reforma constitucional. Ampliación de derechos sociales, políticos, culturales y humanos. Nacionalización del ferrocarril, la telefonía y el comercio exterior. En fin, una verdadera revolución nunca antes vivida en un país en el que todos los presidentes anteriores habían sido en menor o mayor medida, funcionales a la burguesía nacional. Perón, en cambio, habita el corazón de la clase obrera.
Corre el mes de junio del mismo año. El antiperonismo sigue sufriendo la pérdida de sus tradicionales privilegios de clase, pero ahora encuentra en la Iglesia Católica un lugar común para unir fuerzas y odios. Divorcio legal, desfinanciamiento a las instituciones católicas, supresión de la enseñanza religiosa obligatoria, son las medidas peronistas que incomodan al clero. El 11 de junio, la celebración católica del corpus christi se convierte en una marcha antiperonista en donde todos los partidos políticos opositores convergen -a pesar de sus claras diferencias- en un solo sentimiento: el odio a Perón.
Han pasado cinco días de aquella masiva marcha. La Ciudad de Buenos Aires amanece lluviosa y la temperatura no supera los cuatro grados. La Plaza de Mayo luce normal y empieza a juntar a algunas personas que están curiosas por ver al espectáculo aéreo previsto para las 10 am. En el cielo se verían aviones que arrojarían flores en apoyo al presidente. Pero la situación parece cambiar drásticamente llegando al mediodía. Desde la Base Aeronaval de Punta Indio salen más de 35 aviones de combate con destino a la Casa Rosada. En sus fuselajes tienen pintada la consigna: “Cristo vence”. Por tierra, un batallón de Infantería con armamento liviano y unos 150 civiles armados se dirigen a Plaza de Mayo. ¿Objetivo?: matar a Perón y usurpar el poder.
Son las 12:40, el ruido de los aviones acecha al nublado cielo porteño. Está por ocurrir un hecho tan inédito como oscuro para la historia del país y del mundo. Cae la primer bomba y sacude el cemento de la plaza. El pánico se apodera de la población presente. Perón se atrinchera en el Ministerio de Guerra. Quieren su cabeza. Desde allí y con sus ministros, empieza a dirigir la resistencia. Golpistas y militantes peronistas, ambos armados, empiezan a pelear en Plaza de Mayo. Los primeros impulsan un golpe de Estado, los segundos defienden a su líder que representa a la democracia misma. Mientras tanto, los aviones siguen bombardeando y arrojando más de catorce toneladas de explosivos. El edificio de la CGT, el Ministerio de Obras Públicas, el Departamento Central de la Policía y la residencia presidencial son también blancos que sufren los atentados.
Los muertos se cuentan por montones. La imagen es catastrófica: la Casa Rosada casi en ruinas. La Plaza de Mayo parece una herida abierta que no para de sangrar. Un colectivo que llevaba niñes de primaria está prendido fuego. Más de 300 muertos yacen en el piso. Y casi medio millar de personas sufren heridas leves y graves. Jamás en la historia del país se había vivido tamaño atentado terrorista. Y mucho menos un ataque llevado a cabo por la institución que supuestamente existe para la defensa de su pueblo.
A las cuatro de la tarde, tiran las últimas bombas y parten a Uruguay. Una hora después, los golpistas son cercados en el Ministerio de Marina. Allí comienza otra historia. A continuación compartimos el relato en primera persona sobre el final de aquel eterno y atroz día.
El militar que se ve de anteojos en el centro de la imagen, es Luis Alberto Ramos, Capitán de Infantería, Jefe de la Compañía de Ametralladoras del Regimiento Motorizado 25 de Mayo y Oficial del GOU (Grupo de Oficales Unidos). Estas imágenes son previas al asalto final para la toma del Ministerio de Marina, donde se encontraban atrincherados los golpistas. Su hijo, el compañero “Chueco” Ramos, nos comparte el relato guardado de su padre sobre aquél fatídico día:
“Nos encontrábamos militares y civiles armados a metros del Ministerio de la Marina, lugar de donde los golpistas dirigían sus ataques. Nuestra tarea era recuperarlo y con ello lograr su rendición. Perón me envía la orden de que se retiren los civiles armados. “Es asunto entre militares” me asevera. Le pido a los civiles que no participen. A partir de allí iniciamos nuestro ataque y mientras la Aviación Naval continuaba tirando bombas, me llega una onda expansiva y me hiere levemente. Me reincorporo rápido y sigo peleando. Luego de un nutrido tiroteo, la infantería de la Marina saca banderas blancas indicando una supuesta rendición. Ordeno a mi tropa cesar el fuego y a ponerse de pie. Allí nos atacan nuevamente y caen ocho soldados conscriptos. Enfurecido decido realizar el asalto final ordenando ‘fuego a discreción’.
Finalmente tomamos el Ministerio y logramos la rendición incondicional de los golpistas. Procedo a la detención y desarme de todos los marinos. Allí me encuentro cara a cara con el Vicealmirante Garguglio, Jefe de la Infantería de Marina. Apenas me ve, pregunta:
‘¿Me va a fusilar?’
-’¿Por qué bombardearon Plaza de Mayo?’, le respondo.
‘Para matar a Perón’, me asegura.
-’Si dependiera de mí, lo fusilo. Porque si lo quería matar a Perón y tuviera huevos, usted es Almirante, podía pedir hablar con Perón y matarlo en persona con su pistola. Ustedes bombardearon la Plaza, mataron niños, mujeres y hombres inocentes para “escarmentar” al pueblo peronista’.
Inmediatamente me reporto con mi Jefe de Regimiento, el Teniente Coronel Philippeax, quien me comunica con el General Perón. Allí le comento la rendición incondicional de la Infantería de Marina, la toma del Ministerio y el aprisionamiento y retire de armamento reglamentario del Vicealmirante Garguglio. Allí Perón me dice: ‘es un oficial superior de la Marina de Guerra, debe devolverle su armamento personal’. Cumplo con la orden y le devuelvo su pistola. Y también una biblia que me había pedido el Vicealmirante. Al rato, él se suicida.
Allí, previendo lo que se venía, tomo a manera de botín de guerra varias subametralladoras que luego pasan a las manos de la Resistencia Peronista. A una de ellas la bauticé “La Juanita”. Ese fue el único armamento real, que no fue necesario utilizar, en la fuga de la cárcel de Río Gallegos en marzo del 57, donde escaparon Jorge Antonio, Héctor Cámpora, Guillermo Patricio Kelly, John William Cooke, José Espejo y Pedro Gomis. La Fuga fue incruenta”.
…
Tres meses más tarde, los golpistas lograrían su cometido. E incluso legitimarían su violencia terrorista y hasta recibirían honores por ello. Perón se exiliaría en España y el movimiento peronista comenzaría la resistencia. Mientras tanto las víctimas y sus familiares solo fueron reconocidos oficialmente en un proyecto de reparación histórica por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
La Comisión de Familiares Víctimas del Bombardeo convoca a realizar una conmemoración virtual a las 12:40 a través de las redes sociales. ¿Qué hacer?: subir a tu estado o a tu historia, una foto o un video, o lo que quieras, recordando aquella triste jornada y pidiendo justicia por sus víctimas.
Además, los invitamos a que visualicen “Maten a Perón”, un documental de Fernando Musante con declaraciones de testigos del bombardeo y partes ficcionadas. Será estrenado mañana a las 20 por el canal de Youtube Stella Matute.
Agradecemos enormemente el aporte de nuestro compañero Carlos Augusto Ramos quien nos regaló el relato de su padre, la imagen y su mensaje: “hasta la victoria siempre”.