Juicio Diedrichs-Herrera | 21 de octubre de 2020. Séptima audiencia.

El primer testigo fue Carlos Pedro Torres, de 87 años de edad, padre de Gustavo Daniel Torres, secuestrado el día 11 de mayo de 1976. Relata que esa madrugada, a eso de las 4 de la mañana, golpean muy fuerte la puerta de su casa, él abre y entran 4 o 5 personas encapuchadas y con armas largas. Los hacen poner boca abajo en la cama y se van al dormitorio de sus tres hijos. Como su esposa gritaba por el nerviosismo que tenía, la hicieron callar golpeándolo a él en la cabeza con una culata. Después oyeron que se iban autos e inmediatamente fueron a ver a sus hijos y uno de ellos les dijo “se llevaron a Gustavo”. Recorriendo la casa observaron varios detalles: robaron algo de dinero, herramientas, grabador antiguo con música, algunos cassettes, elementos de pesca, comieron torta, se limpiaron las manos con la funda de un violín, rompieron algunas prendas de ropa.
Cuenta sobre la búsqueda que hicieron por distintos organismos políticos, religiosos y de derechos humanos buscándolo, relato que ya conocemos porque en la anterior audiencia testimoniaron sus otros dos hijos: Carlos y Claudio; y después de él lo hará también su esposa.
Perdió su trabajo en la Ika-Renault por buscar a su hijo, sus otros hijos dejaron la escuela por inseguridad. Solo tuvieron dos datos sobre el hijo desaparecido: uno es de Jorge González -detenido también- que oyó la voz de Gustavo en el lugar que estuvo y que no pudo decir qué lugar era, y el otro es de 1983, cuando un ex soldado -César Macera- les vino a preguntar por su hijo y les contó que participó del operativo de secuestro aquella madrugada. Esas dos personas están fallecidas en este momento.
La segunda testigo fue Adelina Petrona Barrio, de 86 años, madre de Gustavo Daniel Torres. Ella describe toda la secuencia del secuestro, narra diálogos que tenía con su hijo, que describen todo el tiempo una relación familiar amorosa, de confianza y respeto, de cuidado. De las angustias vivenciadas con posterioridad al secuestro por temor a que les sucediera algo similar a sus otros hijos. En un momento dijo “Si esa noche hubieran tirado una bomba sobre mi casa no nos habrían destruido tanto”. Su relato fue coherente, amplio y secuencial, con algunos aportes que delatan su mirada de madre que valora cada cosa que les sucedió y sucede. Entre ellas contó que sus nueras y nietas no conocieron a Gustavo, sin embargo, lo quieren tanto como si lo hubieran conocido.
Contó también que su familia cada 24 de Marzo va a la marcha y portan la fotografía de Gustavo. Finalmente comentó que viven en un lugar muy tranquilo, donde las calles no tienen nombre, pero sí las casas. Que la suya se llama Gustavo.
El tercer testimonio lo dio Hugo Daniel Akselrad, hermano de José Akselrad, joven de 20 años secuestrado a los dos días del golpe militar de 1976. Hugo hace una introducción sobre su familia, a quien describe como familia judía tradicional, cuyos abuelos vinieron de Polonia porque sufrieron el exterminio en los centros clandestinos alemanes. Y nos lleva -a quienes escuchamos su testimonio- hasta esa noche, a las 21.20 horas, y toda la familia estaba cenando. Y expresa: “¿Quién le podría haber advertido a la abuela Sofia, sentada en aquella mesa, que cuarenta años después de haber vivenciado la crueldad nazi iba a presenciar algo similar contra su nieto?”.
Habían golpeado a la puerta y cuando su padre abrió preguntaron por “José, el estudiante de agronomía”. Unas diez o doce personas asaltaron la casa y se llevaron con violencia a su hermano. Uno de los que coordinaba el operativo mostró una credencial de la Policía Federal, de apellido Villarreal. A José lo bajan por el ascensor y ellos alcanzan a ver que se lo llevan en tres vehículos que esperaban en la calle: un Torino, un Peugeot y un Fiat, todos sin patente.
Radicaron una denuncia en la comisaría 3ª en la calle Santa Rosa.
Al otro día comenzaron a mover algunos contactos para averiguar sobre el paradero de su hermano. Su padre tuvo conocimiento de que José estaba en el Campo de la Ribera, que estaba con vida y que los militares habían realizado el secuestro. Su madre se presentó en La Ribera, pero la echaron del lugar, negando que allí hubiera personas detenidas. En julio el testigo recibe una llamada telefónica anónima que les dice que su hermano ha sido trasladado al sur, después les llega la información que estuvo en La Perla y que luego lo llevaron a San José de la Quintana.
En este momento del testimonio Hugo cuenta quién era su hermano: un muchacho inteligente, estudioso, leído, solidario, lúcido, caritativo, que pintaba, tocaba el piano y jugaba al fútbol y “que a los veinte años le interrumpieron todos los sueños, todos los proyectos”. Tenía participación en el Centro de Estudiantes de la Facultad de Agronomía, donde cursaba tercer año.
Dentro de las consecuencias que sufrió su familia a partir de este hecho, dice que a “su papá le estalló el corazón a los 66 años, que su madre murió de cáncer a los 60 años, porque no pudieron destilar tanto odio” y que su otro hermano, con el tiempo, se radicó definitivamente en España. Por último, lee unas palabras del Génesis y pide que Dios ilumine a este tribunal para que haga luz sobre tanta oscuridad y que a través de las palabras podamos escribir en el corazón de los argentinos: Nunca Más. Justicia. Justicia perseguirás.
La cuarta y última testigo es Victoria Elena Solis, arquitecta y sobreviviente de la detención sufrida en la D2 en 1975. Viene a dar testimonio porque en ese lugar vio a otro estudiante de la facultad que continúa desaparecido: Alfredo D`Angelo. En aquella oportunidad conoció a dos mujeres más que estaban en la misma celda que ella, una era María del Carmen Claro y de la otra no recuerda el nombre, pero les contó que era una empleada doméstica y que la habían violado, a lo que ella agregó “eso ha sido absolutamente generalizado y en alguna instancia no siempre ha terminado en la violación concretamente, pero las mujeres hemos sido victimizadas por nuestra condición de mujeres. Este tipo de acciones pasan por el cuerpo, pero además por el cuerpo de las mujeres particularmente”. Por todo lo expuesto el fiscal Trotta la convoca a testimoniar en otra causa que se está instruyendo sobre delitos sexuales en dictadura. Victoria cuenta que lo primero que hacían con ellas era quitarles toda la ropa y dejarlas desnudas, que en el momento en que vio a Alfredo a ella la tenían en un baño, desnuda, descalza, esposada y asfixiándola en agua. Le habían sacado la capucha y la hicieron mirar a la puerta; ahí estaba Alfredo entre dos guardias que lo sostenían y que, ella cree, hacían que la viera para identificarla.
También relata que en otro momento la hicieron ir a una oficina del mismo lugar donde había dos personas: uno joven, que la interrogaba y le mostró una cicatriz en la mano, gruesa como un gusano, hecha enfrentando a montoneros, “que jugaba de amable”; y otro canoso, gordo, robusto que tenía una pulsera de esas de chapa con nombre de identificación, con cadena, que cree identificar por haber visto alguna foto y atar cabos pero cuyo nombre no dice por no tener certeza.
Expresa la importancia de los juicios porque “la ley es la única barrera que se puede poner a la barbarie”. Reconoce la construcción de la Memoria que se ha hecho en nuestro país porque cada 24 de Marzo hay tantos jóvenes y sabe que existe la necesidad de que estos delitos ocurridos no queden en la impunidad. “Estos juicios vienen a reparar tanta crueldad”.
Se pasa a cuarto intermedio, hasta el próximo miércoles 28 de octubre, a las 10 horas.
Todas las audiencias pueden seguirse por: https://www.youtube.com/channel/UCyQJUlKhS-thgxlv-HcYTOA