Juicio Diedrichs-Herrera | 4 de noviembre de 2020. Novena audiencia.
La primera testigo fue María Cristina Fonseca quien viene a testimoniar sobre su propio secuestro y el de una compañera de trabajo en el Ferrocarril, Graciela Haydee Torres. Cuenta que en la madrugada del 8 de junio de 1976 llegaron a su casa materna cuatro autos (Torino y Peugeot), con gente con armas largas. Eran unas dieciséis personas, la mayoría con bufandas cubriéndoles la cara, otro con una media en el rostro y dos a cara descubierta. Le dicen que son policías y que deben llevarla a la comisaría 9na de barrio Los Paraísos. Pasan por la casa de Graciela, hacen lo mismo que en su casa y se la llevan con ellos.
Ella tenía vendados los ojos, estaba amordazada y con las manos atadas con una sábana que rompieron de su propia cama. Se da cuenta que toman por la avenida Fuerza Aérea (por la luminosidad que tenía entonces esa calle) hasta que ingresan a un camino de tierra -a la derecha- y los cuatro autos estacionan sobre una galería.
Las ingresan a una sala grande y ven que traen a cinco personas (a quienes les veía los zapatos y por eso sabe que dos eran mujeres) y les preguntan: “¿son estas?” pero no oye respuesta.
Vio muchas cajas con fotos tiradas en el piso, que asocia con las fotos que también se llevaron de su casa. Las insultan y las interrogan.Ella cree que alguien que trabajaba en el ferrocarril, de apellido Sierra o Serra, que manejaba un taxi, es quien podría haberlas delatado, por el tipo de preguntas que les hacían en el interrogatorio.
y luego las llevan en un Peugeot a las dos amigas, que pudieron agarrarse fuerte de las manos, y las dejan en la plazoleta frente a la Terminal de ómnibus, advirtiendoles que las iban a tener vigiladas.
Cuando se miró en el espejo, se vio moretones, pero no recuerda de qué momento del secuestro son. Se fueron a trabajar, pero su padre avisó a un cuñado suyo que trabajaba en el Comando Radioeléctrico, de apellido Nieto. Él les dijo que si volvían a buscarlas que lo llamen directamente a él.
Narra los sufrimientos que padeció su familia a raíz de esta terrible experiencia.
Luego, el 29 de junio llega en un taxi a la casa de la testigo, y baja la madre de Graciela, ensangrentada, pidiéndole que se vaya porque acababan de secuestrar nuevamente a su hija.
La familia decide llevarla a la casa de su tío y permaneció escondida allí unos tres meses. Enumera todas las personas que trabajaban en el ferrocarril y que fueron secuestradas en ese tiempo: Alberto Muñoz, un peón de apellido García, junto con Yolanda Mabel Dámora, Néstor Acosta, Enrique Fontana, Oscar Ojeda, dos hermanas de apellido Bértola con sus maridos. Unas diez u once personas.
Ella no fue molestada otra vez, pero su tío la llevó al edificio de la Federal y allí le dijo: “quedate tranquila que si te necesitan yo te acompañaré”. Recuerda que cuando la llevaban en auto la radio decía que habían secuestrado a la sobrina de Nieto, su tío.
Graciela siguió desaparecida hasta abril de 2005 que se lograron identificar sus restos, que habían sido inhumados en una fosa común en el Cementerio San Vicente.
La segunda testigo es Estela Clara Schussler, quien fue secuestrada junto a su novio, Omar Alejandro Olachea, el 9 de mayo de 1976, cuando estaban durmiendo en el departamento de una compañera de estudios: Cristina Robles.
Cuenta que escucharon mucho ruido afuera, golpes, corridas y luego entran en la habitación donde estaban con Omar, con armas largas y vestidos de civil. Les vendan los ojos y los hacen salir. Afuera había dos o tres autos. Bastante gente, conversando entre ellos. Hacen varias paradas y hacen entrar más gente al auto. En media hora llegan a un lugar descampado, una construcción baja, con baldosas, de galería. Los dejan en una habitación donde había varias personas. Van sacando a la gente y en un momento de silencio escucha a Omar decir su nombre completo (ellos por cuidado habían acordado no darse los apellidos). Al rato sacan a Omar hacia otra habitación y ella oye un golpe seco que interpreta le dan a su compañero. Luego una persona la interroga a ella, mientras va escribiendo en una máquina. Le pregunta sobre sus datos personales y por distintos nombres que ella no conocía del PRT. Después la llevan a otra habitación, que estaba al final de un pasillo ancho, como una especie de galería, donde había muchas personas que entraban y salían, conversaban.
Después de un tiempo, al fin le dicen que la liberarán, le entregan la cartera (ya sin dinero) y alguien la lleva a la ciudad, donde le pasa algo que no quiere decir en este momento.
Eran aproximadamente las 7 de la mañana.
Investigó sobre el paradero de Omar, pero nunca supo.
Manifiesta un reconocimiento a Omar, que la cuidó y la salvó esa madrugada del secuestro, ya que escondió su documento de identidad.
El fiscal solicita que la testigo vaya a hacer reconocimiento de La Perla para confirmar si estuvo allí detenida.
La tercera testigo es Norma Gladys Bicocca, hermana de Eduardo José Bicocca, quien fue secuestrado el 26 de mayo de 1976. Ella vivía con su madre y hermano y a las 3 de la madrugada llegaron cinco personas de civil, con armas de fuego buscando a Eduardo, que no estaba en la casa en ese momento. Decían que eran de la policía. En determinado momento alguien dijo: “llegó un muchacho con moto, ¿es él?”. Cuando ellas dijeron que era Eduardo dijeron: “lo llevamos”.
Hacía aproximadamente un mes habían secuestrado a otros trabajadores del Frigorífico Mediterráneo, donde trabajaba su su hermano.
Fueron a denunciar, con su madre, a la policía y les dijeron que no sabían nada. Supo que ese día secuestraron a cinco personas: uno de Cabana, un matrimonio de la Hostería Buby, y una de Río Ceballos, que en total eran cinco. Desde entonces lo han buscado por todas partes: en la comisaría 9ª, el Tercer Cuerpo del Ejército, el Campo de La Ribera, en La Perla, con Familiares de Desaparecidos.
Ellas vivían en Unquillo y a los quince días del secuestro de Eduardo hubo un Operativo Rastrillo donde se llevaron a varios vecinos, uno de ellos de apellido Argüello, lo vio a Eduardo en el Campo de la Ribera, en donde estuvo detenido. El comisario del pueblo, de apellido Cosme, les dijo que Eduardo iba a tardar en volver, porque había “contestado mal”, había dicho “No sé nada y si supiera no lo diría”.
Con el tiempo se enteró que uno de los secuestradores vivía en La Quebrada, pero nunca se animó a buscarlo.
Cuando le preguntan sobre las consecuencias de esto que vivenciaron dijo que su madre murió siete años después, que quedó sola. Que no quiso tener hijos por temor a que le pase algo similar a lo de su hermano. Que lo sigue esperando. Que la búsqueda es incansable.
La última testigo es María del Carmen Pietri, quien era esposa de Adrián José Ferreyra. Fueron secuestrados juntos en el paraje de Media Naranja del noroeste cordobés, el 29 de marzo de 1976. En esa oportunidad estaban en casa de la abuela de Adrián, aunque vivían en Córdoba. A la siesta de ese día llegaron al frente de la casa de la abuela un grupo de militares que buscaban a “una embarazada y a un bigotudo”. Ellos escaparon corriendo entre cultivos, fueron perseguidos y hallados por dos autos que les apuntaron y a Adrán le ataron las manos con alambre. Ella cuenta que dos de ellos estaban “muy sacados, muy violentos”. Los metieron dentro de un Chevy naranja y rato después se encajan en una zanja. Ahí presenciaron el enojo entre los secuestradores hasta que pueden sacar el auto y entrar de nuevo a la ruta. Se detuvieron frente a un hombre vestido de verde en un jeep, hablaron y los llevaron a la comisaría de Cruz del Eje. Ahí los separaron en distintas habitaciones y vió que el teniente Meira interroga a Adrián. A ella también la interrogaron: pidiéndole datos filiatorios. A la nochecita la devuelven a la casa de la abuela. Los vecinos le contaron que había un camión con soldados en el operativo de secuestro.
Al otro día, temprano, ella se fue en colectivo a Cruz del Eje. Le llevó frazadas, comida y otros enseres en los que la abuela pensó necesitaría Adrián. Quería hablar con Meira, que no estaba, por lo que se quedó en la plaza hasta que apareció por la tarde. Lo aborda y Meira le dice que ellos han sido investigados y que son montoneros, que habrá un juicio y se determinará qué hacerles, que si Adrián no tiene responsabilidades quedará libre y que se fuera a su casa. Le permitió verlo y no recuerda haberlo visto golpeado, aunque fueron segundos en los que lo vio y abrazó. Él le dijo “cuidalo”, mirándole la panza (ella estaba de 9 meses), que estaba sin anteojos, con los ojos vidriosos y le dijeron que al otro día sería trasladado a La Calera. Por esa razón ella viajó a Córdoba. Allí comprobó que su casa había sido allanada y era un caos, todo tirado, todo revisado.
Más adelante le llegó a un familiar, cierta información de parte de un policía de Cruz del Eje: “al marido lo encontraron muerto con otras personas”.
Otra información que circulaba decía que lo habían matado en el Dique de Pichanas.
En Media Naranja vivía Nino Guzmán quien fue secuestrado el 25 de marzo, con quien Adrián conversaba cada vez que visitaba a su abuela. En ese paraje vivía Milaja, quien tenía un hijo militar que a la vez era conocido de aquella persona que dijo que Adrián apareció muerto con otras personas.
Nombra a Grandinetti como el hombre del jeep con el que se encontraron cuando los llevaban en el Chevy.
Cuenta también que su hijo Ernesto nació el 9 de abril. Que no sabe cuándo a la abuela de Adrián le entregaron el DNI de Adrián y algunas otras cosas, por lo que ella considera que “lo despojaron de su identidad”.
Por último, relata que nunca fue querellante porque descreyó que hubiera una investigación sobre lo ocurrido. Que siempre esperó que el Estado asumiera en su nombre y de Adrián lo que había pasado. Que sabe que Meira tiene cuatro hijos, que tiene nietos, que tuvo una vida. Que Adrián no pudo.
Agradece al tribunal por hacer lo que creyó que nunca se haría: buscar saber qué pasó entonces.