DÉCIMA AUDIENCIA. Juicio Diedrichs-Herrera
El primer testigo es Roberto Daniel Álvarez que viene a testimoniar que por trascendidos su hermano -Carlos Eduardo Álvarez, (alias Fierrito y también le decían Sargento Enrique)-es muerto un 9 de junio de 1976. El era buscado por las autoridades por pertenecer al PRT. Muere en una pensión donde estaba con una compañera. Parece que ella confiesa que está por llegar, lo esperan. Como su hermano estaba armado, lo emboscaron y lo ajusticiaron allí. Su hermano no está desaparecido porque les entregaron su cuerpo. En el mismo junio, una noche llegan a su casa y ellos piensan que es un nuevo allanamiento-ya habían sufrido dos anteriormente-pero vienen a decirles que deben ir a reconocer un cuerpo. No les dijeron dónde estaba. Su madre peregrinó hasta que lo halló en la morgue del hospital Córdoba, que estaba cerca de su casa. Les recomendaron enterrarlo sin “mucha pompa’. El le alcanzó a ver que tenía un disparo en la mandíbula. Lo llevaron al cementerio en un furgón y atrás iba un Ford Falcon controlándolos. Su madre le contó que una patota llegó al velatorio y se burlaron de su hermano. Cuando llegaron del entierro, les avisan que su abuelo-que estaba en un geriátrico -había fallecido. Y ahí avisan a todos los parientes de esa muerte, cosa que no pudieron hacer con su hermano. Por ese motivo el velatorio de su abuelo, fue también el de su hermano. Después aconsejaron que su hermana y él se exiliaran a México, pero se quedaron escondidos en casa de un familiar en Bs As. El apellido de la chica de la pensión era Vendersky o algo así. Solo saben que sería de Entre Ríos. Su hermano había participado de la liberación de las mujeres del Buen Pastor y se enamora de una de esas mujeres, quien es enviada a Bs As y luego es asesinada. Antes de ser asesinado su hermano se despidió de varias personas, algunas de ellas quisieron darle dinero para que se fuera del país, pero no aceptó. “Sabía que el cerco se cerraba”.
El segundo testigo es Dardo Acosta, hermano de Néstor, quien trabajaba en el ferrocarril cuando fue secuestrado en la madrugada del 16 de junio de 1976. Néstor tenía 20 años cuando oyeron que pateaban la puerta. Abrieron y entraron dos personas armadas diciendo que eran de la policía. Luego tres más que fueron a la habitación donde dormía Néstor con su hermano menor. A Dardo y a su madre los metieron en el dormitorio matrimonial. Había uno de pelo blanco que era muy violento. Revolvieron toda la casa y vieron que uno que era petiso se llevaba un Montgomery de Néstor en la mano. Después de que se lo llevaron, Dardo fue a avisar a su hermana casada, que vivía a unas cinco cuadras y al otro día, a su padre que trabajaba también en el ferrocarril, pero estaba de viaje. Fueron a denunciar a comisarías, al episcopado que les dijo “que iban a orar por ellos”. “En esa época era riesgoso ser joven’. Supieron que otros trabajadores del ferrocarril fueron secuestrados- Graciela Torres entre otros-. Habían formado una lista nueva sindical que incomodaba a Gatica y Solano, jefes de la estación. Ellos tenían un chofer de taxi-Sierra- que se acercaba a la estación y hablaba con los chicos para sacarles información. El Comisario Buzos cree que se encargaba de los secuestros. Explica que Néstor nunca tuvo la oportunidad como sus asesinos, que “algunos deben estar ardiendo en el infierno y otros están cómodos en sus casas’. Como todo su relato es difícil porque le cuesta hablar- está visiblemente emocionado- le ofrece la jueza atención médica, pero Dardo dice “lo mío es emocional”.
La tercera testigo es Inés Mercedes Ramonda quien fue secuestrada en la madrugada de abril. Dijeron que eran del Ejército argentino, porque su padre-que era de Aeronáutica- pidió que se identificaran. Entraron con una chica- Adriana Vanella, que ella conocía- y le preguntan si ella era Inés, responde que sí y se la llevan. Le pusieron lentes oscuros que le cubrían el costado, por los que no podía ver y la sentaron adelante en el auto, al lado de alguien que la abrazaba. Pararon en otros lugares donde se oían los mismos movimientos y gritos que hubo en su casa y vio que la llevaban hacia Carlos Paz. Llegaron a un lugar donde la dejaron en una sala, donde le preguntaron sus datos filiatorios. Después la llevaron a otro lugar donde había mucha gente. Vio a la hermana de Adriana muy golpeada. Le sacaron los lentes y le pusieron una venda, la dejaron desnuda, le ataron las manos a la espalda, la acostaron a una camilla que en la punta tenía un tacho de 200 litros, con agua pestilente, donde le sumergían la cabeza y le preguntaban. Después le pusieron la ropa. La subieron a un vehículo con un tipo que la manoseaba. Como se descompuso del estomago hicieron que la atendiera una médica que dijo que el malestar se debía al agua sucia que tragó. En la cuadra donde la dejaron había gente que conversaba, pero ella solo lloraba. Oía que llamaban a la gente por números. Sabe que algunos eran de gendarmería en el lugar porque tienen una forma particular de ponerse medias blancas fuera de los borceguíes. Sabe que cuando llevaban a alguien luego lo traían arrastrando. Se oía música fuerte y gritos. Otro día le pusieron los lentes oscuros, esposas y la llevaron a su casa. Como no había nadie en su casa pidió que la dejen en casa de su abuela, que estaba a unas tres cuadras. Cuando llegó salió su novio a recibirla. Dos meses después se lo llevaron a él, que continúa desaparecido. Su novio era Máximo José Juárez. Cuenta que hace 42 años que está casada y que su familia política no sabe esta historia suya. No ha podido contarlo. “El miedo se lleva en la piel, se soporta, pero siempre esta’. Ha ido a La Perla con su esposo e hija y reconoció que estuvo allí. Sabe que Adriana Vanella y su hermana fueron secuestradas un día antes que ella. A su padre le dijeron “que ya estaba muerta’.
El cuarto testigo es Claudio Orosz, quien es abogado querellante de familiares de desaparecidos, quien hace un relato y secuencia histórica sobre la Escuela Manuel Belgrano y diferentes acontecimientos donde lo tienen como protagonista a él y dos de las víctimas de este juicio: Gustavo Torres y Claudio Román, compañeros suyos. Algunos de esos acontecimientos escolares tienen a los tres como protagonistas “revoltosos’ según la concepción del director Tránsito Rigatusso, a quien le ve anotar y confeccionar un listado de alumnos que después fueron perseguidos y otros están desaparecidos. Aporta también que en el relato que hizo-ya en democracia- el hijo del represor Quijano, cuenta que participó del momento en que llevan a Gustavo Torres, ya secuestrado, a marcar un lugar donde había escondido un arma.
El quinto y último testimonio lo da Mario Acosta, hermano de Néstor, con quien compartía dormitorio en el momento en que es secuestrado el 16 de junio de 1976. Se despertó con los agresores en el dormitorio, que rompían una sábana con la que vendaron los ojos de Néstor. Uno de los militares sabe que era paracaidista ya que tenía el sable, porque cuando hizo la conscripción estuvo en el Regimiento 2 de paracaidistas. Recuerda que encontró en la calle a Ojeda, que trabajaba con su hermano en el ferrocarril y le dijo “’a mí también me van a llevar.”
Siendo las 14.56 se finaliza la audiencia y se pasa a cuarto intermedio hasta el martes 17 de noviembre ya que desde la semana que viene habrá dos audiencias semanales.