El apagón de la dictadura.

Es de noche, hace unos días empezó el otoño, el colectivo pasó tarde. Llegas a la puerta del edificio y te das cuenta que te dejaste las llaves en el estante del trabajo. Tocas el portero, aún sin hacerte problema porque sabes que va a haber alguien para abrirte. Van a cenar y después te vas a tirar a descansar. Entonces tocas el timbre pensando en qué comida habrán hecho. Nadie responde. Un ruido asemeja la voz de alguien en el portero entonces acercas la oreja al parlante. No hay nadie. Dejas caer la cabeza en el portero con la oreja pegada en el metal frio intentando llegar al sonido de la historia. La gente pasa y te mira con asombro, preocupación y después pena. Te ofrecen pasar pero nadie tiene la llave de tu casa.
Estas en el súper, fuiste a ver si encontrabas ese producto de edición limitada que tanto pediste que te lo compren. Pero no pasó entonces ahora estas ahí y lo buscas. Haces puntita de pie y lo encontrás detrás del producto normal. Quedan solo 3. Agarras dos y salís corriendo. Volvés y dejas uno porque lo ves imposible. Pasas la góndola de los jabones, de los jugos, de las galletas y vas hacia la de las harinas. Ahí estaba tu mamá. Vas con una sonrisa grande mirando lo que tenes en la mano. Vas a decirle que lo conseguiste y que esta más barato de lo que pensaban. Hay alguien dada vuelta a la mitad de la góndola. Le tocas fuerte la espalda para decirle ¡que le dijiste! Y tu cara se transforma como si fuera de masa y una sonrisa muta en sorpresa y confusión. No está tu mamá.
Son las 5 de la mañana. Todas tus amigas se fueron de la fiesta y vos estas esperando afuera. Hay gente por eso pensás en la demora y no te da miedo porque no estás sola. Ves a unos conocidos y no sabes si sonreírles, los miras de lejos. Ellos te ven y te saludan. Se están yendo también. Adentro suenan canciones viejas que son las que ponen para cerrar el lugar y siempre pensás que te gustaría que sean las que están al principio. De afuera cantas lo que logras escuchar y ves un auto azul marino que entra por el portón. Te vienen a buscar. Se estacionan pasando la puerta. Te quejas internamente por eso. Te das vuelta y casi no hay nadie entonces corres para llegar al auto. Abrís la puerta de adelante. No es tu papá. Te asustas. Pedís perdón y te quedas sentada afuera. Llamas, muchas veces. Nadie responde. Pensas que se durmieron. Te quedas esperando cantando las canciones viejas que todavía pasan.
Microsustos. Micromiedos. Microsorpresas. Alguna vez te confundiste, y marcaste mal el portero y nadie respondió. Caíste en otra puerta y tu llave no la abría y tu vida no estaba ahí. Alguna vez tuviste miedo de quedarte solo en un súper, en una playa, en un shopping y perder a tu familia. En Argentina esos miedos, esas fantasías de terror, se hicieron realidad. Fueron años que parecieron repetirse. Y un día alguien no pudo entrar a su casa porque su papá no estaba. Muchos esperaron la hora y en el lugar pactado y nadie apareció. Otros esperaron encontrar a alguien y eran otras personas. Esos sustos son eternos y dejaron vacíos oscuros.
Una época en donde las luces de muchos cuartos en Argentina se apagaron y sus familias se quedaron a oscuras, esperándolos, buscándolos. Otras luces se quedaron prendidas pero los lugares vacíos.
Nada es tan profundo como la incertidumbre de ver desaparecer esa persona que estaba adelante esperándote mientras aprendías a andar en bici. Tan aturdido como el silencio de llegar a tu casa con las luces apagas y gritar si hay alguien, encontrar la luz en un cuarto y que nadie esté ahí. Entumecedor como ver los libros con marcadores en la mitad que no van a llegar a su final.
Por las generaciones que les apagaron su luz maltratándolos con la oscuridad.
Por les hijes, padres, madres, nietes, abuelas que aprendieron a caminar en la oscuridad y encienden con la búsqueda. Por el coraje de encenderse, de ser un faro que nos recuerdan el sueño y la lucha de nuestres 30mil. Y con la memoria nos dan la posibilidad de cosechar derechos.